El Afortunado



Por: Daniel Alejandro Escobar Celis

El disco naranja de Giogax ha alcanzado el centro del firmamento y aun no hay señales del enemigo. Busco entre las siluetas montañosas del paso único alguna señal de la emboscada. Nada. Estamos en un hastiado punto muerto.

¾ Ey tú. ¾Me dice un compañero¾. Anda a buscar tu pan con carne.

Me levanto dirigiéndome a la fila más cercana. Un soldado camina hasta un chico. No usa su casco ni protección en las manos ni antebrazos. Agarra la comida y se aleja hablando despreocupadamente con otro soldado. Me molesta su actitud. El enemigo puede aparecer en cualquier momento y debemos estar preparados. Un comentario llama mi atención.

¾ Estas estúpidas bestias se han acobardado. ¾Habla entre risas un antropot de cejas prominentes.

¾ He escuchado que los deviakun son extremadamente altos y que su fuerza es equivalente a la de diez o veinte antropott. ¾No puedo evitar intervenir.

El antropot de cejas prominentes y otro con una cicatriz en la cara voltean a verme.

¾ Muchacho. ¾Me dice el antropot de cejas prominentes, poniendo su mano en mi hombro¾. No te dejes engañar por historias de pueblos. A lo sumo serán una palma más alto que nosotros y un poco más fuertes. He combatido en la guerra contra otros antropot y estoy seguro que esas bestias del bosque y las montañas no tienen idea de lo que es una verdadera batalla. El equipo de emboscada se encargará de ellos en el paso único. Si alguno llegase a pasar será aplastado por nuestras catapultas y atravesados por flechas mucho antes de poder llegar hasta nuestros lanceros. Y aunque un puñado por algún divino milagro lograse avanzar cerca de aquí, la compañía de los tsuron terminará de aniquilarlos. Nosotros los guerreros ni siquiera tendremos que luchar.

Sus palabras me alivian un poco, pero no puedo dejar de sentir una zozobra sin explicación. Las murallas de nuestra ciudad expanden sus sombras a nuestras espaldas. Los pastizales y el cielo naranja toman tonalidades rojizas. Miro a Platea traer la oscuridad desde las montañas. Un llamado de cuerno nos alerta. Nos alistamos para el combate. Las risas cesan. En poco tiempo los grupos dispersos se alinean en sus respectivas compañías esperando instrucciones. Los latidos de mi corazón resuenan en mi cabeza. Llevo mi mano hasta la empuñadura de mi espada. Interiormente me repito que no será necesario utilizarla. Aun trato de convencerme de que no tendré que luchar cuando una multitud de puntos aparecen en el cielo. Atrás. ¾Escucho gritar al líder de la compañía¾ Retrocedemos. Los puntos crecen a medida que dibujan formas parabólicas en nuestra dirección. Escucho un estallido. Una gran roca aplasta a un soldado varias filas delante de mí. Quiero correr hasta la ciudad pero logro controlarme. Desenvaino la espada y observo con horror como cae una lluvia de rocas en el lugar en donde deben estar las catapultas y los arqueros. El estruendo interminable me hace estremecer. En este momento me pregunto por primera vez si saldré con vida.
Al cesar la primera ráfaga en nuestra contra escucho la orden de ajustar y lanzar. Veo unas cuantas rocas y flechas salir desde nuestro ejército. El estruendo de la interminable lluvia de rocas de los deviakun hace zumbar mis oídos. Pienso en la emboscada ¿Qué habrá pasado con ella? Un mensajero cruza cabalgando a mi lado. Su rostro refleja pánico. Tiemblo. A mí alrededor escucho alaridos. Con temor intento mirar al horizonte entre las filas de mis camaradas.  Una pared de escudos de metal avanza a toda velocidad hacia nosotros como una estampida de bestias. Avancen. ¾Grita nuestro líder con fuerza¾. Empezamos a dar voces mientras corremos al encuentro de los deviakun.

Esquivo rocas y cuerpos aplastados. Observo las catapultas destrozadas y los charcos de sangre tiñendo el césped naranja con un profundo marrón. El rugido demoniaco de los deviakun hiela mi sangre. La pared de escudos sigue avanzando a toda velocidad entre nuestras filas. Dejamos de marchar. Las lanzas de mis camaradas vuelan como ramas. Sudo frio, siento espasmos y nauseas cuando veo los primeros torsos, brazos, cabezas y cuerpos antropots ser arrojados en todas direcciones. Veo a las bestias.  Son al menos un brazo de altura más altos que cualquiera de nosotros. Sus robustos cuerpos hacen palidecer al más corpulento de nuestro ejército. A mi lado pasa un tsuron. Enredado en un estribo arrastra las piernas sin torso de su jinete. Ya no hay vuelta atrás, con un grito de ira y temor me lanzo al ataque. Un deviakun se nos acerca. Lo atacamos. Nos bloquea con su escudo enviándonos a volar. Me levanto. El deviakun salta y aplasta el cráneo de un compañero a mi lado. Atacamos pero me golpea con su escudo arrojándome a varios cuerpos de distancia. Caigo tendido. Desde el suelo lo veo rebanar a tres compañeros con un solo movimiento. Mi cabeza da vueltas. Todo mi cuerpo duele. No puedo respirar. Escucho los sonidos difusos de la batalla: gritos, alaridos, rugidos, choques de metales, golpes secos. Observo desde el suelo a las bestias dirigirse a mi ciudad. Mi cuerpo no responde. Son gigantes. Algunos tienen cabelleras largas otros cortas, veo sus formas alejarse mientras los míos caen como insectos.  Escucho algo como una roca caer a mi lado. Volteo y observo una cabeza antropot. Distingo de inmediato sus cejas prominentes. Sus ojos vacíos y estáticos me observan con espanto. Pestañeo al sentir algo salpicarme la cara, había escuchado el sonido de algo ser aplastado. Al abrir los ojos contemplo un charco de sangre y los restos esparcidos de lo que fue una vez una cabeza. Miro una bota de metal encima. Con temor alzo la vista. Nuestras miradas se cruzan. Me sorprendo al ver el rostro de una fémina deviakun. Tiemblo. Ahora tengo la certeza de mi muerte. Es la primera vez que siento miedo por una fémina. Me mira con desdén y se marcha sin voltear. Mi cabeza da vueltas, siento nauseas. Mis ojos se cierran y no se más de mí.

Abro los ojos y me incorporo lentamente. Mi cuerpo duele. Percibo un fétido aroma provenir en todas direcciones. La armadura lastima mi cuerpo empapado de sudor, sangre y vísceras. Mis ojos lentamente se acostumbran a la tenue luz de Platea que se asoma entre las nubes. Escucho algunos débiles lamentos y sollozos. Siento un dolor en un costado pero aun puedo respirar bien. Salvo algunas cortadas y contusiones no hay nada. Ninguna herida de gravedad. Con temor trato de contemplar la escena a mi alrededor. No hayo palabras para describir el horror. Camino buscando sobrevivientes. Encuentro a seres delirantes y apenas aferrados a la vida. Algunos pocos afortunados cojean o se arrastran con alguna extremidad destrozada o cortada. Busco mi ciudad y en medio de ella veo una gran luz como la de una inmensa hoguera en donde debería estar el palacio central.  En lo alto de las murallas banderas deviakun ondean airosas. Alzo la mirada. Doy un suspiro. Las nubes se despejan dejándome contemplar a Platea en su esplendor. Con un nudo en la garganta y con voz quebrantada solo puedo decir:

¾ Maldición al menos estoy vivo.

 Microrrelatos


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