Por: Daniel Alejandro Escobar Celis
El marinero no subió al barco. Se mantenía
inmóvil en el muelle fumando un cigarrillo y contemplando el atardecer. Habían
pasado varias horas desde que el barco había zarpado rumbo al océano. El aire
húmedo y salubre despertaba múltiples recuerdos: el bamboleo del barco, el agua
salpicándolo en la proa, el dolor de sus brazos al tirar de las cadenas, la
algarabía de la tripulación al ver las redes repletas, la lucha contra las olas
en medio de la tormenta empeñada en hacerlos naufragar.
El marinero tomó un
taxi rumbo al hospital. Al llegar recibiría la agridulce noticia:
¾ Solo
ha sido una leve deshidratación potenciada por una anemia. Se quedará el resto
de la noche recibiendo tratamiento y se le dará de alta a primera hora de la
mañana.
Respiró aliviado mientras un gran vacío
yacía en su pecho. No quiso regresar inmediatamente a la casa y decidió ahogar
sus penas en el bar más cercano.
La mañana siguiente
sonrió después varios días, pues la mirada de una quinceañera de tés clara y
cabello lacio y negro resplandecía. En los labios de la joven se formó una
sonrisa que irradiaba una gran paz. El miró a la joven y a la mujer de mediana
edad que la acompañaba. Aquella mujer cargaba un bolso lleno de ropa y
utensilios. Sus cabellos negros presentaban algunas canas y su rostro sonriente
empezaba a mostrar signos del paso del tiempo.
Los tres se dirigieron
a casa. Él se mantenía en silencio mientras ellas dialogaban sin parar. Sentía
ganas de conversar pero no tenía idea de lo que hablaban. Sus únicos temas
conocidos eran referentes al mar. Ahora en tierra las observaba y recién se
daba cuenta lo extrañas que eran para él. A su esposa la recordaba más joven y
de su hija apenas tenía algunos recuerdos de cuando era niña. Su voz, estatura
y hasta sus proporciones le eran desconocidas. Se preguntaba: ¿En qué momento
se había desarrollado?
Al llegar a la casa la
joven subió a su habitación y la mujer fue a preparar el desayuno. Él se sentó
en el sofá, encendió el televisor y cambió los canales hasta encontrar un
programa de pescas en altamar. En el desayuno las escuchaba conversar mientras
se mantenía en silencio. Ellas callaron por un momento y el aprovechó para
hablar de sus múltiples viajes. Ellas lo escucharon atentamente sin hacer
comentarios. El desayuno terminó, la joven se marchó a su cuarto, la señora se
dedicó a lavar los platos y limpiar la casa y él volvió a su sofá. Durante el
almuerzo todo fue similar. Las horas siguieron su curso hasta caer la noche.
Él apagó el televisor.
Faltaba aún media hora para la cena. Se levantó del sofá y recorrió la casa. En
las paredes observó algunas fotos. Una niña sonreía mientras su madre le
ayudaba a picar una torta con un número cinco sobre ella. Una niña de siete u
ocho años se balanceaba mientras su madre empujaba el columpio. Una niña posaba
con toga y birrete junto a su madre. Una muchacha hermosamente vestida de
blanco bailaba junto a un joven que reconoció como su sobrino, la madre estaba
detrás de ellos sonriendo y aplaudiendo. Un nudo se hizo en la garganta. Lo
reprimió como pudo. Tomó sus llaves, billetera, chaqueta y se fue al bar más
cercano.
Trago a trago pudo
conversar alegremente entre marineros y ex-marineros. Las carcajadas se vieron
interrumpidas por una noticia. Los tragos que llevaba dejaron de hacer efecto
inmediatamente. Hizo algunas llamadas y luego de corroborar la noticia se
marchó alterado a su hogar. Incontables imágenes pasaron por su mente.
Recuerdos de sus compañeros de tripulación y de su familia. Él se preguntó qué
sería de su vida desde ese día. Al llegar a casa su esposa e hija lo esperaban.
El televisor estaba encendido mostrando noticias. Ambas lo abrazaron
aferrándose cada vez más a medida que sus lágrimas brotaban sin parar. El nudo
en la garganta que antes sintió regresó con mayor intensidad y esta vez no pudo
soportarlo.
El marinero lloró. Sus
lágrimas fluyeron a borbotones por todo el tiempo que no quiso derramarlas. Los
tres se fundieron en un profundo e interminable abrazo.
Las semanas
transcurrieron y pese a los esfuerzos de barcos y guarda costas nunca se
encontró algún cuerpo.
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