Por: Daniel Alejandro Escobar Celis
De
manera intermitente, van resonando las fichas de dominó sobre la mesa de
madera. Los malos chistes y las carcajadas de celebración acompañan las
mentadas de madre de los perdedores. Una ronda, dos rondas, tres rondas… se presentan en sucesión hasta decidir la
suerte de los participantes.
¾ Esta vez estuvo cerca, si tan solo…
¾Se escucha la voz de Luis, luego de
perder por quinta vez consecutiva.
Regresando
a su hogar, a solo metros de él, unos panas lo convidan a jugar truco. Luis,
dubitativo, rechaza inicialmente la oferta. Pero luego de observar la
insistencia de ellos y la botella de cacique, se desvanece su poca resistencia.
Entre
gritos de truco, de retruco y algunos tragos se van esfumando los restos de la
quincena. Tambaleante, llega a casa entrada la madrugada. A duras penas es
capaz de abrir y cerrar la puerta. Sin quitarse la ropa se acuesta en su cama
vacía, al igual que él hogar. Hacía meses que su esposa se había hartado de ese
comportamiento abandonándolo. Aunque aquello no parecía afectarle. Luis se
sentía libre al no tener a nadie que le reprochara sus borracheras y horas de
llegada.
Lunes
en la mañana. Observa en su celular la lista de llamadas perdidas y
mensajes, decidiendo ignorarlos.
Somnoliento y con una gran resaca producida por el festivo fin de semana, se
dirige a esperar el transporte de la siderúrgica. Al llegar, luego de saludar a
sus compañeros se coloca su casco, guantes, lentes y tapa oídos. Comenzando así
la rutina.
Como
un robot programado coloca la punta de la bobina de metal en posición. La
máquina, con precisión milimétrica, la desenrolla y corta en láminas estándar.
Al llegar el descanso aprovecha para conseguir un periódico. Concentrándose en
la sección que considera más importante, hace a un lado el resto del papel
impreso.
¾ Nojoda, salió el 315 y jugué el 513
¾se queja mientras escudriña las
hojas grises¾. The King Black, llegó cuarto,
estaba seguro que ganaría, bueno esta vez le apostaré a Rucio Moro que no puede
perder.
Una
llamada lo interrumpe. Luis observa el número y apaga el celular, dirigiéndose
al comedor. A pocos metros de él se
detiene abruptamente. Dándose media vuelta y alejándose sigilosamente. Segundos
después:
¾ ¡Hey Luis! ¿A dónde vas?, ¿cuando
piensas pagarme lo que me debes? ¾Grita alguien con rabia. Mientras,
un sujeto se le acerca en actitud poco amistosa.
¾ Hola, Kelvis, no te había visto ¾contesta Luis con una sonrisa nerviosa¾. Esta misma semana te pago, no te preocupes por eso.
¾ ¡Me tienes mareado con eso desde
hace más de un mes! y ¿por qué No contestas el celular? ¾Exclamó y preguntó Kelvis con una mirada que denotaba
una ira contenida.
¾ No vale, tranquilo que esta misma
semana te pago ¾respondió Luis en tono conciliador¾. No te he pagado porque cuando voy a buscarte con la
plata no te consigo. Y vale lo que pasa con mi celular es que tiene problemas,
no quiere recibir llamadas y cuando menos pienso se apaga.
¾ No sé cómo vas a hacer ¾dijo Kelvis señalando a Luis con el dedo índice¾, pero si este viernes no me pagas iré a tu casa y te
sacaré a golpes para que me pagues.
A
duras penas y tratando de ocultar su nerviosismo, Luis logró contener la rabia
de su compañero asegurándole que no le debería más dinero. Y quizás esta vez aquello fuese verdad. Pues
dentro de sí decía: «Esta misma semana me pagarán el bono y saldré de toda
deuda».
Días
después una triste noticia se regó en la Siderúrgica. En medio del desconcierto
los compañeros de Luis dijeron:
¾ Con el bono no será suficiente,
hagamos una vaca entre todos.
Aquellos
hombres movidos por la compasión se dirigieron a la casa del infortunado.
Al
Llegar tocaron la puerta. Les abrió una mujer de unos sesenta años.
¾ Disculpe, ¿esta es la casa de la
familia Perdomo?
¾ Si, ¿Qué desean? ¾Preguntó.
¾ Somos compañeros de trabajo de Luis
y venimos a darle el pésame por la muerte de su madre.
¾ ¿Cómo?, ¡Ave María purísima, yo soy
Cecilia la madre de Luis! ¾Dijo espantada mientras se
persignaba tres veces.
¾ Disculpe, señora, Luis nos dijo que
había fallecido ¾dijo apenado uno de ellos a modo de
disculpa, mientras el resto se miraban atónitos unos a los otros.
¾ ¡Ese desgraciado no aprende! ¾Dijo ella empuñando su mano derecha y apretando los
dientes¾. ¡Esta es la segunda vez que me
mata!
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