Por: Daniel Alejandro Escobar Celis
Siento el palpitar en
mi pecho incrementarse mientras voy ascendiendo. Contemplo más cerca mi meta
tras cada chasquido de la vegetación y de las rocas bajo mis pies. Me detengo
en la cúspide, y un aire cálido trae el aroma húmedo de ríos que atraviesan
amplios pastizales de collados ondulantes. Escucho los susurros de las aguas
deslizarse sobre las rocas rojizas que separan la colina del campamento.
Campamento con sus pozas, toboganes naturales y pequeños saltos de agua, y en
cuyo espacio de acampar me esperan para cenar
mis compañeros. Alzo la mirada para contemplar las imponentes montañas
de cimas planas enfiladas como una procesión que se dirige al extremo sur de la
nación.
Un hermoso cuadro de acuarelas: rojas,
naranjas y amarillas; es pintado en el horizonte mientras un oscuro manto se
cierne tras de mí. Es una maravillosa visión. Casi perfecta, excepto por un
detalle: La ausencia de una lacia y oscura cabellera meciéndose en el viento y
de una tersa piel cubriendo una figura contrastante con el hermoso paisaje.
Aquella visión añorada desde la última vez que visité este lugar.
Su melodiosa voz susurraba versos que
danzaban al compás del viento. Se mecían alegres esparciéndose por valles y
planicies. Hablaban de ensoñaciones que llegaban hasta los espíritus
protectores de la sabana y rendían homenaje a las maravillas de esta tierra.
Esperé que terminase aquel recital para hacer mi presentación. No dudé en hacer
alarde de mis capacidades expresivas para darme a conocer y halagar sus
cualidades poéticas. Ella sonrió, y al poco tiempo de extenderse por completo
el frío y oscuro manto de la noche, nos encontramos charlando plácidamente como
dos seres que se conocían desde hacía mucho tiempo.
Bajamos hasta el campamento en donde le
presenté a mis amigos y ella hizo lo propio con los suyos. Nuestros grupos no
tardaron en integrarse, disfrutamos de la música y de una buena parrillada
hasta la hora de apagar las plantas eléctricas. Sin darnos cuenta ambos nos
encontramos solos, contemplando la infinidad de luceros en el firmamento que
formaban intrincadas y complejas figuras. Hablamos de metas y sueños, de prosas
y rimas, de gustos y disgustos. Nos sumergimos en mares de palabras, navegando
por océanos de las temáticas más disímiles que nuestras mentes pudieron
imaginar. Así llegaron los rayos del alba y nos despedimos para descansar,
quedando en hablar más tarde.
Como fuegos artificiales que llenan de
colores la noche y en poco tiempo desaparecen dejando una bruma que se disipa
lentamente, así fueron las horas con ella. Una nueva noche se abría paso. Nos
despedimos en el mismo lugar en que nos conocimos, con la promesa de volvernos
a ver. Ella partió con sus amigos a la capital y yo hice lo propio a mi ciudad
en la mañana siguiente. Durante el retorno no dejaba de ver su número
telefónico en mi celular esperando llegar a un lugar con señal para poder
hablar con ella.
Nefasto fue el momento
en que uno de los muchachos sugirió desviarnos del camino para visitar un
hermoso salto con una zona de playa. Todos accedimos sin miramientos y nos
bañamos, disfrutando de las aguas y de la arena. Poco después salimos y le pedí
a un amigo que me pasara el paño. Con estupor observé como mi celular caía y
era arrastrado por la corriente. Corrí con desesperación mientras este ganaba
velocidad y chocaba contra las rocas. Me parecía surreal ver el brillo de la
pantalla debajo de las aguas alejarse. Tropecé un par de veces golpeándome las
rodillas, hasta que finalmente tuve que resignarme a contemplar como mi
preciado móvil desaparecía aguas abajo. El autor de semejante atrocidad se
acercó por mi espalda, poniendo una mano en mi hombro mientras pedía perdón.
Sin pensarlo me volteé agarrándolo por la camisa y estampándolo contra las
rocas mientras un sin fin de improperios salían de mi boca. Tuvieron que
separarnos.
Aquella vez fue la última que supe de
ella. La tristeza, la nostalgia y el deseo de volver a verla se afincaron más y
más en mi mente y solo pudieron aliviarse a través de la escritura. Meses después
un cuento de mi autoría titulado "El encanto de la Poetisa" fue
finalista en un concurso de literatura.
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